11.2.15

EL DESCONOCIMIENTO DE LA VERDAD ABSOLUTA

Durante un cuarto de siglo el tren ha sido para mi como el metro. Un medio con el que moverme hasta  el centro de Valencia, o como mucho, hasta Cullera o Castellón para pasar algún finde que otro con los amigos. Exceptuando un viaje ocasional a Zaragoza, cercanías era el único tren que conocía en una ciudad, mas o menos grande y su periferia. Vías geniales, trenes eléctricos, una gozada.

Pensaba que era lo único que existía en España, ya que era lo único que conocía y mi presuponer era que toda España sería del mismo nivel, somos un país con una red ferroviaria relativamente pequeña y en un país relativamente avanzado.

Mi sorpresa fue al montar hace unos meses en el tren desde Orihuela hasta Valencia, trayecto que hoy repito, pero con menos sorpresa. Más de tres horas de viaje con paradas eternas y retrasos absurdos. Por no hablar del precio. Me cuesta más barato y más rápido irme a Londres en avión que ir a Valencia. Para que os  hagáis una idea.

Además, en ocasiones anteriores, Orihuela contaba con una estación provisional que era una delicia y a la cual tardaba 20 minutos mas en llegar.

En esta ocasión la estación habitual estaba abierta, con la llegada del tren a la hora marcada y, cosa que a mi me gusta, sin compañero, por ahora, de asiento.

La verdad es que me quejo del tren, pero me encanta montar en tren, puedo escuchar música, y es tiempo para escribir, pensar y dibujar, aunque esto último menos, por el traqueteo. Además de bastante tranquilidad.

Con todo esto quiero sacar en conclusión, porque sabéis que me gusta mucho sacar conclusiones; que no podemos creernos conocedores de la verdad, ya que podemos conocer las certezas absolutas del universo, solo de lo que nos rodea. Por mucho que internet nos abra las ventanas de todo el mundo, ya que por la ventana, solo se puede observar lo que esta visible, no el resto de la vivienda.

Después de este párrafo filosófico digno de Platón, os dejo que disfrutéis de este Miércoles nublado y que seáis felices.

Eso sí, otro día os hablo del autobús, el invento del demonio.


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